Yamanote 4: Frente al drugstore

JY04. OKACHIMACHI: FRENTE AL DRUGSTORE
Luis había adquirido la costumbre de pasar tres tardes a la semana en la cafetería Doutor de Okachimachi. Ubicada debajo de las vías de la línea Yamanote, sus ventanales miraban directamente al drugstore que había en los edificios de enfrente. Si tenía la paciencia de montar guardia en aquella posición con la frecuencia y durante el tiempo suficiente, Luis tenía la esperanza de volver a verla algún día.
Hace años quizás se hubieran encontrado fortuitamente en un bar. O posiblemente en uno de esos pubs de deportes a los que van muchas japonesas a buscar extranjeros. O no, porque a él nunca le habían atraído ese tipo de sitios. Más bien prefería meterse en un algún agujero húmedo estilo tachinomi o izakaya añejo y rodearse de japoneses. A decir verdad, ella – llamémosla Mako – nunca dijo que buscase exclusivamente a un extranjero.
En fin, se conocieron por Tinder. Acordaron encontrarse en Ikebukuro, concretamente delante del McDonald’s de la salida este de la estación. Ella llevaba un vestido verde de mangas de farol y unos zapatos planos tipo mocasín. Su melena roja se extendía suelta, interminable. Mako era bonita a su manera única e intransferible, una belleza sutil y salvaje al mismo tiempo, enfatizada por las marcas de la edad y dos pequeñas cicatrices en la comisura de sus ojos. El misterio de la imperfección hacía su belleza más arrebatadora de lo que se podía percibir en un vistazo superficial. Lo primero que le ofreció a Luis fue una sonrisa radiante, de dientes perfectos y blanquísimos. Era la misma sonrisa de la foto que le había enviado aquella mañana a fin de que la reconociese.
Veinte años atrás, en sus respectivas veintenas, esa noche hubiera durado una semana, pero en el momento de sus vidas en que ocurrió, apenas superó las tres horas.
Él había reservado mesa en una pizzería. Nada elegante, un local de estilo casual en el que cada artículo – pizzas, bebidas y un pequeño surtido de platillos italianos –, costaba una sola moneda. A ella le gustó el sitio. Mako era sencilla, comía sin disimular su placer y recibía las constantes bromas de Luis riéndose a boca llena con carcajadas alegres y ruidosas, haciendo gala de una naturalidad y espontaneidad poco habituales en una persona japonesa. Por descontado, a Luis le encantó ese desenfado.
Tras la cena se sentaron en el césped del Parque Ikebukuro Este. Hacía una noche magnífica, nada calurosa para ser pleno julio. En sus mensajes de Tinder habían acordado pasar la noche juntos si había feeling entre ellos, y era innegable que habían congeniado especialmente bien. Luis le propuso directamente ir a un hotel. Entonces ella se sinceró: tenía algo que decirle antes de continuar.
– Estoy casada.
No era algo que importase a Luis, pero permaneció sin decir nada y esperó a que Mako continuase.
– Me casé hace diez años. Pero mi marido dejó de tocarme a los seis meses de la boda.
– ¿Eh? – Luis no pudo quedarse callado. – No lo entiendo. ¿Por qué?
– No lo sé. No me explicó nada.
A Luis se le agolparon las preguntas. Había tantas que podían hacerse… ¿No lo habían hablado ella y su marido durante diez años? ¿No se había planteado ella el divorcio después de tanto tiempo? Por el contrario, Mako se había resignado a llevar una vida paralela oculta para su marido en la que se dedicó a buscar amantes que satisficieran sus necesidades naturales y elevaran su autoestima al nivel donde merecía estar. Luis no podía más que comprenderla. Y por lo que a él respectaba, lo mismo daba que estuviera soltera, casada, divorciada o viuda.
Con ese punto aclarado, se dispusieron a buscar un hotel del amor. Lamentablemente, ya no se podía reservar ninguna habitación por horas, sino que había que pagar por la noche entera. Ella no podía pasar toda la noche fuera de casa, lo que les obligó a dejar el sexo para la próxima ocasión. Se despidieron dentro de la estación de Ikebukuro, delante de los tornos de la línea Tobu. Haciendo caso omiso de la marea humana que se apresuraba a regresar antes del último tren, Luis asió a Mako por la cintura con ademán juguetón y le estampó un beso en la boca. Ella no le devolvió el beso, pero su sonrisa radiante ofrecía la certeza de que pronto volverían a encontrarse.
En su segunda cita quedaron más temprano y fueron directamente al hotel del amor. Esta vez se vieron en la salida oeste de Ikebukuro. Mako llevaba una falda corta y unas piernas preciosas terminadas en unas botas cortas con tacón. Luis siempre llevaba vaqueros, camisetas, sudaderas o camisas y deportivas, así que me ahorraré la necesidad de describir su atuendo en lo sucesivo.
Subiendo las escaleras del hotel detrás de ella, él se sintió muy afortunado. El sexo fue espectacular. Repitieron varias veces. Luego comieron queso Camembert y bebieron vino tinto español.
Noches como esa se convirtieron en costumbre. Al principio no era nada más que buen sexo, pero pronto empezaron a hacer planes que no lo englobaban necesariamente. Frecuentar restaurantes, parques y cafeterías, simplemente para pasar el tiempo juntos conversando y mirándose. Se las arreglaron para verse una o dos veces por semana e incluso hicieron viajes de varios días a otras ciudades y otras prefecturas.
En un parque de Saitama, bebiendo un vino barato de konbini directamente de la botella, se miraron a los ojos y se quedaron en silencio durante un rato. Estaban achispados, pero también se habían enamorado; o al menos eso se dijeron. Les anocheció en el parque y perdieron el último autobús a la estación de tren, por lo que tuvieron que regresar a pie. Lo que suponía solo media hora en condiciones normales les tomó más de una hora, puesto que se paraban cada cien metros a besuquearse, aprovechando que el camino era oscuro y apenas había paseantes. Poco antes de la estación había un pequeño pabellón de estilo tradicional con varios bancos de madera. Se sentaron para refugiarse durante un rato del frío viento que había traído la noche. Ella se puso la capucha de su sudadera burdeos, ocultando su pelo rojo, que en esa ocasión llevaba recogido. Como aún quedaba tiempo para el tren, se abrazaron y besaron casi agónicamente, sabiendo que una vez entrasen en la estación no podrían hacerlo hasta la próxima vez que se viesen.
Mako trabajaba distribuyendo medicinas a farmacias y drugstores de Tokio. Tenía asignada la zona comprendida entre Ueno y el río Sumida, la cual recorría con su coche de empresa, parándose siempre en las mismas tiendas para reponer las mismas estanterías, aparcando su coche en plazas de aparcamiento reservadas por la empresa. Luis terminó conociéndose el recorrido, pues muchas veces acordaban verse en alguna de las escalas que Mako hacía. Ella se concedía un descanso y, si no tenía mucho trabajo, se tomaba la tarde libre unilateralmente, es decir, sin reportar a su jefe. Muchas noches recogía a Luis en su coche de empresa, lo aparcaba junto a un parque, en un lugar discreto, y se besaban y metían mano dentro del coche como adolescentes. A Luis le gustaban las manos ásperas de Mako. Ella le explicó que se cortaba a menudo los dedos cuando abría rápidamente las cajas grandes donde transportaba las medicinas. Cuando caminaban cogidos de la mano podía notar la rugosidad de la piel en los dedos de ella y sentía la tranquilidad de la familiaridad.
Una de las paradas de Mako era un drugstore enfrente de la estación de Okachimachi, por lo que paseaban a menudo por aquella zona. Comieron varias veces en los famosos restaurantes que servían grandes porciones de pasta a módicos precios, así como en locales de ramen o tantanmen. Pero donde más se reunían era en el Doutor de debajo de las vías. Mientras Mako hacía trabajo de oficina en su portátil, él se limitaba a disfrutar de estar allí junto a ella sin hacer nada en concreto. Bebía su café, la observaba, miraba la cafetería a su alrededor, la calle a través de los ventanales, volvía de nuevo la mirada hacia ella, hacía un comentario casual… Luego la acompañaba hasta el aparcamiento, situado en el tercer piso de un departamento comercial de la plaza. Las paredes del parking estaban caladas a modo de celosía moderna, por lo que dejaban apreciar una bonita vista de la parte este de la ciudad, el río Sumida y la Tokyo Sky Tree, iluminados con sus alegres verdes, azules y rojos de neón frío. Mako subía en su coche y mientras bajaba las rampas, Luis descendía en el ascensor y esperaba que saliese por la puerta del aparcamiento. Ella paraba el coche un momento, bajaba la ventanilla y se daban un último beso de despedida. Si aquello no era la felicidad, ¿qué podría serlo?
Su relación siguió así durante un año, sin resentirse lo más mínimo. Disfrutaban el tiempo juntos y el sexo seguía siendo fantástico. Cuando ella se iba de vacaciones con su marido, le enviaba varias fotos al día, muchas de ellas subidas de tono. Iba mucho a Taiwan, ya fuese sola o con su esposo. Los japoneses tienen debilidad por Taiwan.
Cuando estaban separados se echaban de menos. Fantasearon con que ella se divorciase y viviesen juntos en un apartamento cerca de Asakusa, pero se quedó en eso, en una fantasía.
Luego vino el virus y la pandemia lo cambió todo. La madre de Mako estaba muy delicada. La ingresaron en un hospital y toda precaución era poca para evitar que se contagiase, lo cual podría tener las peores consecuencias. Había, pues, que reducir al máximo el círculo de contactos que pudiesen portar el virus. Mako fue sincera y directa en sus motivos, que no parecían ser los únicos, a juzgar por una frase un tanto intrigante que dijo.
– A partir de ahora quiero portarme bien.
Se despidieron en el Doutor de Okachimachi, en esa ocasión en una mesa escondida en un rincón, lejos del ventanal de la fachada. Se cogieron de la mano por encima de la mesa. Mako derramó unas lágrimas silenciosas. Luis le dijo que si en algún momento ella decidía volver a encontrarse con él, no dudase en comunicárselo.
Esa noche Luis se bebió tres cervezas mirando a la pared de la sala común del hostal donde se alojaba. Los ojos se le humedecieron, más por melancolía que por tristeza. Sabía que añoraría aquellos días perfectos, pero también era consciente de que si no los hubiera vivido nos los recordaría con nostalgia. Sintió que era feliz por el simple hecho de estar donde estaba y donde había estado.
Preocupado por su familia, Luis regresó a su país, donde permaneció mientras duró el confinamiento. Escribió varios correos a Mako, simplemente para saber cómo estaba. Ella nunca respondió. En uno de sus últimos viajes por Japón, y por causas que no vienen al caso, Luis había perdido el móvil, y con él su cuenta de Line y todos sus contactos, incluidas todas las fotos que se habían hecho él y Mako. Intentó localizarla en Facebook, sin éxito. En el caso de haberse abierto un perfil, seguramente lo habría hecho con su apellido de soltera, el cual Luis desconocía.
La pandemia pasó, como todo, y Luis regresó a Tokio. Intentó ponerse en contacto de nuevo con Mako, pero siguió sin obtener respuesta. Estaba preocupado de que pudiese haberle pasado algo, pues durante el tiempo que estuvieron juntos siempre se había mostrado comunicativa. Sin embargo, también podía ser que la ruptura total del contacto se debiese a su resolución de “portarse bien”. Sea como fuera, Luis no podía darse por vencido. Sin la antigua cuenta de Line y sin respuesta vía correo electrónico, solo le quedaba un modo de localizarla: ir a los lugares por donde ella se movía. Así pues, a riesgo de parecer un acosador – aunque no hay acosador si no hay acosado –, decidió esperarla en aquel Doutor de Okachimachi, vigilando el drugstore al que llevaba sus medicinas.
Después de un mes, Mako seguía sin aparecer. Las razones podían ser infinitas. Quizá había cambiado su área de trabajo, o había dejado de trabajar en la empresa, o simplemente había dejado de trabajar en cualquier parte, o también podría haberse cambiado de ciudad, o de país – haberse divorciado e irse a vivir a Taiwan – , o…
Pensó en preguntar por ella en la tienda, pero desistió ante la posibilidad de provocarle algún problema con su marido o su familia.
Aunque quedase muy lejos de su casa, Luis estableció esas tres tardes de la semana en la cafetería como parte de su rutina. Había encontrado un trabajo como profesor de español y simultaneaba su vigilancia con la preparación de las clases. Los clientes entraban y salían del drugstore; algunas tardes veía también llegar a la persona encargada de la distribución de las medicinas y otros productos que se vendían en la tienda. Esa persona nunca era Mako.
Luis mantuvo su vigilancia durante tres meses sin ningún éxito, y entonces decidió dejarlo correr. Dejó de ir a la cafetería. Pasado el tiempo, conoció a otra mujer con la que terminó casándose. Ahora, las escasas ocasiones en que pasa por delante del drugstore frente a la estación de Okachimachi, Luis recuerda con afecto a Mako, sus ásperas manos de reponedora, sus ojos flanqueados por las pequeñas cicatrices, su risa estentórea de dientes perfectos y su inabarcable melena roja. Y se alegra de haber compartido con ella un pedazo de su vida.
GLOSARIO DE TÉRMINOS JAPONESES
JY04. OKACHIMACHI: FRENTE AL DRUGSTORE
Tachinomi: Bar en el que se bebe y se come de pie ante la barra.
Izakaya: Bar japonés informal donde se sirve una selección variada de comidas y
bebidas.
Ramen: Sopa de fideos de origen chino adaptada al gusto japonés.
Tantanmen: Tipo de ramen picante cuya base de sopa es la pasta de sésamo.
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