Kuroi Hasu: Leyenda de Honor y Acero “Entre las sombras”

Capítulo 18

Entre las sombras

Aquel pequeño poblado, antes un remanso de paz y tranquilidad, se había transformado en el último bastión de la resistencia contra el tirano que usurpaba el trono. A medida que las noticias de la injusticia y la opresión se esparcían, refugiados de todas partes del reino comenzaron a llegar en oleadas, cada vez más numerosos y desesperados. Las calles del poblado, que solían estar tranquilas, ahora estaban llenas de actividad constante, con hombres, mujeres y niños buscando refugio y esperanza.

Las puertas del pueblo se mantenían abiertas de par en par, recibiendo a aquellos que llegaban con historias de horror y valentía. Aiko y Takeshi, al frente de la resistencia, se encargaban personalmente de organizar la llegada de los refugiados, asegurándose de que todos tuvieran un lugar donde descansar y recuperarse. Aquellos que estaban sanos y en condiciones de luchar eran rápidamente integrados en el entrenamiento militar, donde se les enseñaba el arte de la guerra, la estrategia y la disciplina necesaria para enfrentarse al enemigo.

La atmósfera en el poblado era tensa pero llena de determinación. Cada día, más y más personas llegaban, trayendo consigo noticias de la crueldad del usurpador y el creciente descontento en Kioto y sus alrededores. Los señores feudales, que en un principio habían apoyado al tirano, comenzaban a retirarle su respaldo debido a su brutalidad y falta de respeto por la tradición y el honor. Este debilitamiento del enemigo era una chispa de esperanza para la resistencia, que veía una oportunidad para actuar.

Entre los refugiados, una noche llegó una figura que Aiko reconoció de inmediato. Era Yuki, una geisha de renombre en Kioto, conocida por su gracia y su inteligencia. Aiko y Yuki ya se conocían, siendo compañeras en la okiya y habiendo compartido muchos momentos en los salones de té de la ciudad. La llegada de Yuki no solo fue un reencuentro emocional, sino también una fuente valiosa de información.

  • “Yuki, ¿qué te trae aquí?” preguntó Aiko, inclinándose con respeto y cariño. “No esperaba verte en medio de este caos.”

Yuki, con el rostro cansado pero determinado, respondió:

  • “Aiko, las geishas de Kioto estamos hartas de los soldados del usurpador. Nos tratan como objetos y nos faltan al respeto constantemente. He venido a ofrecer nuestra ayuda. Cualquier información que necesites.”

Aiko sintió una oleada de esperanza al escuchar esto. Sabía que las geishas tenían acceso a lugares y personas que otros no podían alcanzar.

  • “Yuki, necesitamos tu ayuda. Tengo que saber los turnos de guardia de los centinelas del palacio para poder entrar sin ser detectada, y poder hacerme con unos bocetos que tienen en una vitrina guardados a la entrada.

Aiko conocía a la perfección el palacio después residir en él ayudando en la tutela del joven príncipe y por casualidad un día vio la vitrina donde estaban dispuestos. Esos planos podrían dar muchas pistas sobre puntos débiles o entradas que pudieran ser utilizadas sin ser detectados.

Yuki asintió con firmeza.

— “Por supuesto. El capitán de la guardia es un asiduo cliente del salón de té. Podemos embaucarlo y sacarle la información que necesitamos. Pero será peligroso.”

  • Necesitaré entrar en Kioto, necesito uno de tus kimonos-le dijo a Yuki, la cual asintió.

La noche caía lentamente sobre la antigua ciudad de Kioto, envolviendo sus calles en un velo de misterio y sombras. Las farolas de papel que colgaban a lo largo de las calles comenzaron a encenderse, proyectando una luz suave y parpadeante que iluminaba a los transeúntes y comerciantes que todavía merodeaban por el mercado nocturno. Las murallas de la ciudad, imponentes y vigiladas, parecían desafiar a cualquier intruso con su solemne presencia. En la entrada principal, un grupo de guardias del emperador montaba guardia, atentos a cualquier signo de perturbación.

Aiko, con el corazón latiendo con fuerza, se acercaba a las puertas de la ciudad. En esta ocasión, no llevaba su armadura ni su inseparable katana Hikari no Kiba. En su lugar, vestía un suntuoso kimono de seda, con delicados bordados de flores de cerezo y grullas, y un obi dorado ceñido con precisión alrededor de su cintura. Su cabello, habitualmente recogido de manera práctica, estaba ahora adornado con kanzashi (ornamentos de cabello) de plata y perlas. Pero lo que más destacaba era su rostro: cubierto por una capa de maquillaje blanco, con labios rojos como el carmín y cejas cuidadosamente delineadas, Aiko había adoptado la apariencia de una geisha, una flor de entretenimiento y arte, para pasar desapercibida.

El maquillaje no solo ocultaba su identidad, sino que también le daba una apariencia etérea, casi irreal. Sus pasos, lentos y medidos, eran como el murmullo de un río tranquilo, y sus ojos, oscuros y serenos, observaban con calma a los guardias mientras se aproximaba. Dentro de ella, sin embargo, el nerviosismo era palpable; la posibilidad de ser descubierta significaba la muerte o, peor aún, la captura y tortura. Pero su misión era clara: debía reunirse con las otras geishas en un salón de té de la ciudad, donde juntas elaborarían un plan para infiltrarse en el palacio imperial.

Al llegar a las puertas de la ciudad, fue recibida por un grupo de guardias, armados con naginatas y vestiduras de cuero reforzado. El capitán de la guardia, un hombre de rostro cuadrado y barba incipiente, se adelantó para detenerla. Su expresión era de desconfianza, y Aiko no pudo evitar notar el brillo de la curiosidad en sus ojos.

  • “¿Y tú quién eres?”, preguntó con una voz áspera y un tanto despectiva, echando un vistazo a su vestimenta de geisha. “Es tarde para que una dama de tu clase ande sola por aquí.”

Aiko bajó ligeramente la cabeza, adoptando una postura sumisa pero elegante. Había aprendido bien el arte de la geisha, donde cada movimiento era una obra de arte en sí misma. Con una voz suave y melodiosa, respondió,

  • “Soy Yuuki, honorable capitán, una humilde geisha que ha sido llamada a servir en una reunión privada. Mis compañeras me esperan en un salón de té en el distrito de Gion.”

El capitán arqueó una ceja, claramente no convencido.

  • “¿En el distrito de Gion, dices? ¿No es un poco tarde para tales reuniones?”

Aiko esbozó una sonrisa, pequeña y cortés, mientras inclinaba la cabeza hacia un lado.

  • “Las noches de Kioto están llenas de secretos y de placeres escondidos, señor. Las flores de cerezo no eligen cuándo florecer, y nosotras, las geishas, tampoco podemos escoger la hora de nuestros compromisos.”

Uno de los guardias, más joven y visiblemente menos experimentado, se acercó con un brillo travieso en sus ojos.

  • “Capitán, tal vez podamos acompañarla para asegurarnos de que llegue a su destino. Después de todo, no querríamos que una flor tan delicada se perdiera en esta gran ciudad.”

Los otros guardias rieron ante el comentario, y Aiko tuvo que contener una carcajada. En cambio, miró al joven guardia con una mezcla de dulzura y desafío.

  • “Agradezco vuestra oferta, pero estoy segura de que una mujer como yo no necesita protección más allá de la amabilidad de su compañía. Además, no querría distraer a tan valientes hombres de sus importantes deberes.”

El capitán, intentando mantener la compostura ante las risas de sus hombres, se rascó la barba y miró a Aiko con una mezcla de sospecha y admiración.

  • “Es cierto que las geishas son expertas en el arte de la conversación y el entretenimiento, pero no hemos recibido noticias de una reunión especial esta noche. ¿Qué garantiza que no estés aquí con otras intenciones?”

Aiko inclinó la cabeza, su expresión se volvió seria y digna.

  • “Comprendo vuestras preocupaciones, capitán. Pero os aseguro que mis intenciones son puramente artísticas y culturales. Sin embargo, si tenéis dudas, quizás podáis acompañarme para confirmar mis palabras. Aunque, debo advertir, nuestras conversaciones suelen ser… profundas y místicas, algo que podría resultar poco interesante para los hombres de acción como vosotros.”

El joven guardia que había hablado antes no pudo resistir una sonrisa y comentó,

  • “Capitán, tal vez podríamos dejar que pase. Si miente, no llegará muy lejos sin ser descubierta.”

El capitán suspiró, notando la mirada expectante de sus hombres. Sabía que insistir demasiado podría levantar sospechas innecesarias, y las geishas, a pesar de su apariencia delicada, eran conocidas por su influencia en la corte y la nobleza. Finalmente, asintió, aunque con evidente reticencia.

  • “Está bien, Yuuki-san. Pero recuerda, los ojos del emperador ven más allá de estas puertas. No intentes nada imprudente.”

Aiko hizo una reverencia profunda, con una elegancia que parecía casi sobrenatural.

  • “Vuestro cuidado y diligencia son un crédito para el servicio del emperador. Os agradezco, capitán, y a vuestros hombres, por vuestra vigilancia y cortesía. Prometo que mi camino esta noche será tan claro como el de la luna en el cielo.”

Con una última reverencia, se dio la vuelta y se dirigió hacia las calles iluminadas de Kioto. A medida que se alejaba, el sonido de las risas de los guardias se desvanecía, y Aiko permitió que una sonrisa satisfecha apareciera en sus labios pintados. Había pasado la primera prueba; ahora, debía llegar al salón de té donde la esperaban las otras geishas para continuar con su arriesgado plan. Mientras caminaba por las calles estrechas y empedradas, su mente se centraba en la tarea que tenía por delante, confiando en que su entrenamiento y determinación la guiarían a través de cualquier obstáculo.

Aiko llegó al salón de te y se mezcló con las demás geishas, esperando la llegada del comandante de la guardia que solía aparecer siempre alrededor de esas horas en su cambio de turno para beber y disfrutar de la conversación de las atractivas geishas. El salón de té, normalmente un lugar de risas y conversaciones animadas, estaba cargado de tensión y expectativa.

Cuando el soldado finalmente llegó, ya estaba ligeramente ebrio y más propenso a hablar. Yuki, Aiko y otras geishas se encargaron de mantenerlo entretenido, llenando su copa de sake una y otra vez. La conversación fluía de manera aparentemente casual, pero cada palabra y gesto estaban cuidadosamente calculados.

  • “Comandante, cuéntanos más sobre tu trabajo,” dijo Yuki con una voz melosa, fingiendo interés genuino. “Debe ser difícil mantener el orden en el palacio con tantos soldados.”

El soldado, sintiéndose importante y halagado, comenzó a hablar con más soltura.

  • “Es un trabajo arduo, pero alguien tiene que hacerlo. Los guardias deben estar atentos en todo momento. La seguridad del palacio es nuestra máxima prioridad.”

Aiko, aprovechando el momento, se inclinó hacia él y le ofreció otra copa de sake.

  • “Debe ser agotador. ¿Cómo manejan los turnos de guardia? Debe haber un sistema muy eficiente para asegurarse de que siempre haya alguien vigilando.”

El oficial, ahora visiblemente más ebrio, soltó una carcajada.

  • “¡Claro que sí! Los turnos se cambian a medianoche, justo después de la campanada. Hay un intervalo de unos cinco minutos antes de que llegue el relevo. Es el único momento en el que la vigilancia es un poco más laxa.”

Aiko y Yuki intercambiaron una mirada de complicidad. Tenían la información que necesitaban. Ahora, solo quedaba ejecutar el plan.

A la noche siguiente, Aiko se preparó para la misión Yuki, preocupada pero confiada en sus habilidades, le dio una última mirada de aliento antes de que ella se deslizara en la oscuridad.

El camino hacia el palacio estaba envuelto en la penumbra de la noche. Aiko avanzó con cautela, cada sonido y movimiento alertándola de posibles peligros. Al acercarse a la entrada del palacio, escuchó la campanada que anunciaba el cambio de guardia. Sabía que tenía solo cinco minutos para actuar.

Bajo el cielo nocturno de Kioto, cubierto por una cortina de estrellas titilantes, Aiko se movía como una sombra entre las sombras. Ya no vestía el llamativo atuendo de una geisha; en su lugar, un kimono negro ceñido envolvía su figura, diseñado para mezclarla con la penumbra que reinaba en los pasillos del palacio imperial. El kimono, de una tela mate y sin ningún adorno, la hacía casi invisible en la oscuridad, permitiéndole deslizarse por los corredores como una corriente subterránea.

Aiko se deslizó a través de los pasillos silenciosos, su presencia un mero eco en la vastedad del palacio. Sabía que el destino de su misión dependía de un detalle fundamental: los bocetos antiguos que podrían revelar secretos ocultos, los pasajes olvidados y las entradas menos vigiladas del bastión imperial. Eran planos que, en manos equivocadas, podrían desatar el caos, pero en sus manos, ofrecían la oportunidad de descubrir la verdad y quizás cambiar el curso de la historia.

La biblioteca de planos estaba en una ala del palacio reservada solo para los más altos funcionarios. Los cuartos estaban protegidos por cerraduras complejas y guardianes que, aunque diligentes, no podían ver más allá de la astucia de una infiltradora entrenada.

Aiko, usando su habilidad en el arte del sigilo, logró evadir los guardias, que en esos momentos eran escasos por el cambio de guardia, con movimientos tan suaves que parecían parte del mismo aire. Con una precisión casi mística, llegó a la sala de archivos. El lugar estaba lleno de pergaminos enrollados y estantes repletos de documentos, todos bajo una luz tenue que iluminaba apenas la estancia.

Se acercó a una mesa de madera robusta, donde descansaban los bocetos, sus ojos se posaron en los pergaminos con un sentido de reverencia. Cada línea dibujada en esos antiguos planos contaba la historia de la fortaleza, revelando secretos que solo el ojo entrenado podría entender.

Mientras desplegaba cuidadosamente uno de los planos, sus pensamientos se llenaron de la voz de su mentor, Ryunosuke, que solía decir:

  • “La sabiduría no reside en el acero de tu espada, sino en el conocimiento que adquieres para emplearla.”

Aiko, respirando profundamente, murmuró para sí misma:

  • “Hoy, este conocimiento puede ser mi espada.”

Con los bocetos en mano, Aiko sintió un peso aliviado, un rayo de esperanza brillando a través de las sombras del palacio. Sabía que su misión no solo se trataba de la infiltración, sino de la búsqueda de justicia y verdad en un mundo envuelto en sombras.

Caminaba con el sigilo de una brisa nocturna, casi sin hacer ruido. Sin embargo, su cautela fue puesta a prueba cuando de repente escuchó un murmullo creciente de voces. Los pasos acompasados de una patrulla de guardias se acercaban, resonando con un eco inquietante en el largo corredor de piedra. Aiko se pegó contra una pared, su figura negra fundiéndose con la oscuridad del pasillo.

Los guardias se detuvieron peligrosamente cerca, a tan solo unos metros. Aiko contuvo la respiración, su corazón martillando con fuerza. Podía escuchar claramente su conversación, aunque las palabras eran un poco confusas debido a la reverberación del pasillo.

— “¡Ah, el jefe nos tiene en pie hasta tarde otra vez!”, se quejó uno, su voz baja pero con un tono quejumbroso. “¿Cuántos turnos nocturnos más tenemos que hacer?”

  • “Silencio”, murmuró otro, aparentemente el líder, con voz más áspera. “No queremos despertar a los fantasmas del palacio.”

El comentario sacó una risa nerviosa de uno de los guardias más jóvenes, un eco de su miedo interno. Aiko, agachada y presionada contra la pared, luchaba por no hacer ruido. La situación era crítica; cualquier movimiento en falso podría delatar su presencia. Entonces, sus ojos captaron algo: una pila de cajas decorativas de papel y madera, cuidadosamente apiladas a lo largo de la pared, a unos metros de donde se encontraba.

Inspirada por la necesidad de una distracción, Aiko decidió crear una pequeña ilusión. Con una precisión calculada, lanzó una pequeña piedra, que había recogido antes, hacia las cajas. El proyectil voló y golpeó una de las cajas en la parte superior de la pila, provocando que ésta se tambaleara y cayera ruidosamente, arrastrando consigo a otras. El sonido del choque rompió el silencio del pasillo, resonando como un trueno en la quietud de la noche.

— “¿Qué fue eso?”, exclamó uno de los guardias, con la mano en la empuñadura de su espada.

  • “¡Debe ser algún animal!”, sugirió otro, visiblemente asustado. “O peor, uno de esos rumores sobre espíritus…”

Aiko, aprovechando la confusión, se deslizó hacia un rincón más oscuro. Los guardias, ahora alertas y desconcertados, se acercaron a las cajas caídas, intentando descubrir la causa del alboroto. Su líder frunció el ceño y ordenó,

  • “¡Revisad el área! No puede haber sido solo el viento.”

Los guardias comenzaron a moverse, inspeccionando cada rincón y sombra con sus antorchas en alto. Aiko se mantenía agazapada, sintiendo la presión de los segundos. Necesitaba encontrar una salida antes de que la luz de las antorchas la revelara. Miró a su alrededor frenéticamente, sus ojos adaptados a la penumbra. A unos pasos, vio una pequeña puerta de servicio que probablemente los guardias pasaban por alto al considerarla insignificante.

Deslizando los pies con cuidado, avanzó hacia la puerta, moviéndose con la fluidez de una sombra. Los guardias, todavía ocupados con las cajas y sus conversaciones inquietas sobre posibles espíritus, no notaron el movimiento sutil. Al llegar a la puerta, Aiko la abrió lentamente, rezando para que las bisagras no chirriaran. Para su alivio, la puerta se abrió sin ruido, revelando un pequeño pasadizo que llevaba a un jardín interior.

Aiko se escabulló al jardín y cerró la puerta tras de sí. El jardín, envuelto en una tranquila penumbra, ofrecía un refugio temporal. Las altas hierbas y los bambúes susurraban al viento, creando un ambiente sereno y oculto. Respiró hondo, aliviada por haber evadido a los guardias, aunque el peligro aún no había pasado. Caminó rápidamente por los senderos de piedra, manteniéndose en las sombras que los faroles del jardín no alcanzaban a iluminar.

Mientras avanzaba, escuchó de nuevo las voces de los guardias, ahora levemente amortiguadas por la distancia.

— “Nada aquí”, dijo uno con evidente alivio. “Probablemente fue solo el viento.”

  • “Sí, o algún gato curioso”, añadió otro con una risa nerviosa. “De todas formas, debemos reportarlo… no queremos problemas.”

Aiko, ya a una distancia segura, se permitió una sonrisa. Había burlado a la guardia imperial y, con los planos asegurados en su kimono, estaba más cerca de lograr su objetivo. Avanzó por el jardín hasta una pequeña puerta lateral que llevaba a una callejuela discreta de Kioto. Abrió la puerta con la misma cautela que la anterior, y el aire fresco de la noche la recibió.

Una vez fuera, cerró la puerta y se fundió con la noche. Los rumores de susurros de los guardias quedaban atrás, reemplazados por el tranquilo murmullo de la ciudad dormida. Aiko caminó con paso firme y decidido, sabiendo que el peligro había quedado atrás por el momento. Mientras se dirigía al punto de encuentro con las demás, se sintió aliviada y llena de una silenciosa satisfacción. Había pasado una prueba más en su camino hacia la justicia y la liberación, demostrando que una sombra, aunque pasajera, puede dejar una marca imborrable en la historia.

Al día siguiente logró salir de Kioto y se dirigió al poblado.

Al llegar al poblado, fue recibida con una mezcla de alivio y admiración. Takeshi y los demás la esperaban ansiosos, y cuando vieron los planos en sus manos, una oleada de esperanza recorrió a todos los presentes.

  • “Aiko, lo lograste,” dijo Takeshi, su voz llena de orgullo y alivio. “Estos mapas son cruciales para nuestra causa. Con ellos, podemos planear un asalto estratégico y tomar ventaja de cualquier debilidad en el palacio.”

Aiko asintió, agotada pero satisfecha.

  • “Esto es solo el comienzo. Con la información que tenemos, podemos movilizar a la resistencia y prepararnos para el momento adecuado. Debemos ser cuidadosos y astutos, pero estoy segura de que podemos derrotar al usurpador y restaurar la justicia en el reino.”

El pueblo se llenó de una energía renovada. La llegada de aquellos bocetos significaba que había una oportunidad real de tomar acción y hacer una diferencia. Los entrenamientos continuaron con mayor intensidad, y la moral de los refugiados y combatientes estaba más alta que nunca.

Las geishas, ahora aliadas importantes en la resistencia, se dedicaron a recopilar más información y a mantener el espíritu de lucha vivo. Sabían que el camino sería largo y peligroso, pero estaban comprometidas con la causa y con la esperanza de un futuro mejor.

Aiko y Takeshi se encerraron en una sala con los líderes de la resistencia. Extendieron los pergaminos sobre una gran mesa de madera y, a la luz de las velas, comenzaron a estudiar cada línea, cada recoveco y cada habitación del palacio. La tarea era ardua, pero cada detalle era crucial para su éxito.

Los planos eran antiguos, no demasiado detallados. Mostraban algunas de las  habitaciones, pasillos y accesos del palacio imperial, y las bases de la estructura. A medida que avanzaban en su estudio, descubrieron un pequeño pasadizo, casi imperceptible a simple vista. Este conducto se encontraba cerca de una pequeña trampilla en los adentros de la ciudad de Kioto y llevaba directamente a una zona cercana al salón imperial, donde el usurpador solía estar.

Takeshi trazó el recorrido con su dedo sobre el mapa.

  • “Este conducto es muy estrecho, apenas cabría una persona delgada y ágil,” dijo pensativamente. “Pero llegar hasta él será extremadamente difícil. Está en el corazón de la ciudad, siempre vigilado por guardias.”

Aiko, sin dudarlo, tomó la decisión.

  • “Yo me adentraré en el conducto. Conozco el palacio, he recorrido sus pasillos y rincones. Si hay alguien que puede hacerlo, soy yo.”

Los líderes de la resistencia intercambiaron miradas de preocupación y admiración. Sabían que Aiko tenía razón, pero el riesgo era enorme.

El siguiente paso era idear una manera de distraer a los guardias lo suficiente para que Aiko pudiera colarse hasta el conducto. Decidieron que la única forma viable era crear una distracción masiva, lo suficientemente grande como para desviar la atención de la mayoría de los soldados.

Takeshi, con la voz llena de determinación, propuso:

  • “Necesitamos formar un vasto ejército. Debemos buscar alianzas con otros señores feudales descontentos y con los habitantes de Kioto que están hartos de la tiranía del usurpador. Atacaremos con todo lo que tenemos y, en el fulgor de la batalla, Aiko se deslizará hasta el conducto.”

Los días siguientes fueron de intensa actividad. Los líderes de la resistencia se dispersaron por el reino, buscando aliados y formando un ejército. Cada día, más y más personas se unían a su causa, impulsadas por la promesa de libertad y justicia.

El entrenamiento en el poblado se intensificó. Los refugiados, ahora soldados en formación, se dedicaban día y noche a prepararse para la batalla. Aiko y Takeshi supervisaban personalmente el entrenamiento, asegurándose de que cada uno estuviera listo para la lucha que se avecinaba.

En paralelo, las geishas de Kioto, lideradas por Yuki, trabajaban en recopilar más información y mantener el espíritu de lucha vivo en la ciudad. Utilizaban su influencia y acceso para infiltrar mensajes y coordinar con los aliados dentro del palacio y la ciudad.

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