Rito de iniciación

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Mi conocimiento de la barriada y sus peligros crecía a la par que mi maldad y mi repugnancia por el entorno, donde las bandas locales actuaban con impunidad, robando y extorsionando negocios. Aprendí a diferenciar a sus miembros por las vestimentas, y descifré los gestos que hacían con las manos para comunicarse. Gracias a mi corta edad, me escapaba de las situaciones comprometidas. No me tomaban en serio; para ellos, era un niño sin malicia. En ese tiempo, me convertí en espectador de lujo de la actividad frenética de la calle, con una caja registradora de actos criminales en mi cerebro. En el futuro, yo sería el que se cobrara la víctima, el que destrozara una familia para llevarse la gloria. Mi razonamiento era perverso, sin duda, pero era la ilusión con la que me levantaba cada día.

Empecé a frecuentar establecimientos ilegales, donde conocí a personajes que más tarde se asociarían a mi pandilla. Algunos perecieron en actos criminales, otros terminarían en la cárcel. Me llevó un tiempo establecer las conexiones adecuadas, ya que no confiaba en nadie y, por supuesto, nadie se fiaba de mí. Aunque cada día me sentía más capacitado y con el carácter suficiente para afrontar retos, necesitaba tiempo para elegir a las personas con las que construir el futuro. No era cuestión de descubrir las cartas a las primeras de cambio y terminar con mis huesos en una celda apestosa.

La idea que tenía en la mente me llevó meses ejecutarla. Empecé visitando bares con regularidad, y estudié a los individuos que los visitaban. Me decidí por cinco tipos que frecuentaban diferentes sitios de alterne. No quería que se conocieran ni que hubiera un vínculo anterior a mi aparición. Podían volverse en mi contra en cuanto la situación se pusiese complicada y desbancarme. El perfil que buscaba era sencillo: que hubieran desertado de su casa y que no mantuvieran ninguna conexión con ella; que fueran vulnerables y que buscaran cobijo en la noche; y que careciesen de estabilidad financiera. O sea, presas fáciles de manipular.

Después de semanas recabando información, me decanté por cuatro tipos, pues sus credenciales se correspondían con lo que buscaba. Me aproximé a cada uno de la misma manera. Primero los invitaba a una cerveza, para pasar después al sake —con más contenido alcohólico— . Una vez que se encontraban a gusto en mi presencia, y ebrios, realizaba preguntas más profundas sobre sus vidas. Si lo que me contaban coincidía con mis intereses, seguía al siguiente paso, que era invitarlos a que formaran parte de mi banda, tomar un trago en algún tugurio del barrio y, si surgía la oportunidad, autofinanciarnos robando. Les prometí una cantidad fija de dinero a la semana para sufragar sus gastos personales. Ellos se encargarían del trabajo duro, yo me quedaría con la mayor parte del botín y, luego, repartiría las migajas. Ese era mi plan.

Los cuatro se comprometieron enseguida, pues no tenían nada que perder. Su vida no valía nada; era preferible estar muerto a vivir en las condiciones en las que ellos lo hacían. Nos dedicamos a dar paseos por el parque y a beber en bares clandestinos para fomentar el «espíritu de grupo», que decían algunos. Pero, en verdad, era para lavarles el cerebro y crear una dependencia emocional, y financiera, entorno a mi persona.

Después de formar el grupo, pasé a la siguiente fase: pequeños hurtos. Asaltaríamos turistas despistados que se dejaran el bolso abierto o la cartera a la vista. A esas alturas, estábamos preparados, era lo más básico en la escala del crimen: unas gafas de sol, una peluca y una gorra de béisbol era todo lo que se necesitaba, así de sencillo. Si nos atrapaban, salíamos libres en cuestión de horas. Éramos un grupo con una causa común: el delito. Cada uno tenía una zona donde operar, y rotábamos cada semana para que la gente no se quedara con nuestras caras. La actividad criminal era tan grande que la policía apenas mostraba interés en detenernos. Además, no tenían tiempo para nosotros. Algunos visitantes denunciaban el robo en la comisaría, pero muchos otros preferían pasarlo por alto, pues, de todas maneras, se lo podían permitir. ¿Para qué buscarse problemas?

Además de «actuar» con los muchachos, también di golpes en solitario. Buscaba experiencia para desafíos mayores. Así que me decidí a merodear por las calles inseguras de la ciudad. Y la oportunidad me llegó en poco tiempo.

En una ocasión, realicé tareas de vigilante para un atraco a una tienda familiar, justo delante de un karaoke ensordecedor. Dos miembros de una banda me dieron siete mil yenes para avisarlos en caso de que los agentes acudieran. No era frecuente verlos por allí a esas horas, pero el caso es que me contrataron. Sin duda, hubiera hecho el trabajo gratis, pero el dinero me venía bien.

—Chico, si nos ocurre algo, huye a toda prisa —me dijo uno de los ladrones.

—Sí, señor —contesté obediente.

Desde mi posición, vi cómo se adentraron. Mientras uno amenazaba a los clientes, el otro saltó el mostrador. Le puso un cuchillo al dependiente en la yugular, accedió a la caja registradora y se llevó la recaudación. Después, lo empujó hacia una esquina, le dio un corte en la cara y se dio a la fuga. Me quedé atónito ante lo que había presenciado. Las piernas me temblaban y era incapaz de salir corriendo. Cuando finalmente lo hice, los clientes de la tienda me dieron caza con facilidad y me arrinconaron.

—¿Qué hacías ahí, mocoso? ¿Ayudando a esos rateros?

—No, señor, pasaba por aquí —respondí asustado.

—Mientes, sabandija.

—Déjelo, señor —gritó una persona que pasaba por allí —. Es solo un niño.

Y de esa manera me dejaron marchar sin problemas. Pero, por desgracia, esa suerte no me acompañaría toda la vida; al revés, se volvería contra mí, y de qué manera. Las peleas entre grupos rivales acontecían en el barrio a diario. Por lo general, no había que lamentar pérdidas humanas: trasladaban a los heridos en un taxi al hospital más cercano, recibían unos puntos de sutura y de vuelta a casa. No se informaba a las autoridades, nadie sabía nada. Las enfermeras y doctores no preguntaban; conocían las respuestas, pero las callaban.

Así pasaba el tiempo, esperando una oportunidad que tardaría en llegar. Presenciaba los acontecimientos desde un escondrijo en la basura o en el trastero de una casa abandonada. Era el testigo privilegiado de hechos despreciables para la mayoría de la gente, pero no para mí, que disfrutaba cada segundo.

Un día, hablaba animado con dos conocidos que me advertían, sin convencimiento, de los riesgos de la noche —esa historia hipócrita y mentirosa que tan bien conocía—. Era una manera infantil de engañarse, pues debían saber, por experiencia propia, que mi carrera criminal había empezado ya. En mitad de la conversación, un coche negro con alerones plateados se acercó en nuestra dirección. Cuando estaba a la altura, la ventana delantera del pasajero bajó, alguien sacó una pistola y disparó hacia nosotros. Todo sucedió en segundos. Me tiré al suelo en cuanto pude y me escondí, pero mis acompañantes no fueron tan rápidos. Antes de que pudieran reaccionar, una lluvia de balas los sorprendió. El coche se marchó sin darme tiempo a echar un vistazo a la matrícula ni a los ocupantes.

Los cuerpos de los chicos yacían inertes en el asfalto, en medio de un charco de sangre. Al acercarme, comprobé que, aunque respiraba con dificultad, uno se encontraba vivo. Me arrodillé y, al cogerlo por la cabeza para ayudarle con la respiración, oí cómo balbuceaba, llamando a su madre, y poco después murió. Dos lágrimas me resbalaron por la mejilla, y sentí una soledad que no había experimentado en mucho tiempo, allí con los dos fiambres. A los pocos minutos, llegaron las ambulancias. La policía, con las sirenas activadas, también se presentó enseguida e interrogó a los presentes. Era un espectáculo dantesco.

Cuando me recompuse, me dirigí desolado hacia mi casa. Fue una experiencia dura pero valiosa, ya que nunca había estado tan cerca de la muerte. No dormí esa noche, pensando en los cadáveres en el centro de la nada, pero me convencí de que, si quería perseguir mi sueño, esa situación se repetiría con frecuencia. Me levanté con energía de la cama, cogí un libro sobre el crimen organizado de encima de la mesa y me enfrasqué en su lectura durante horas.

Antes de darme cuenta, las primeras luces del alba entraron cansinas por un resquicio en la ventana mientras me concentraba en la lectura de episodios sangrientos de la mafia italiana en Nueva York. ¡Cómo disfrutaba con las historias de gánsteres que amedrentaban a barrios enteros de inmigrantes del oeste de Europa! A veces, hasta eran portada de los periódicos: «Joe Bonucci ataca de nuevo», decía un titular a cuatro columnas. En las aceras de los restaurantes más lujosos de la ciudad, los muertos se acumulaban engalanados con sus trajes negros de tienda pomposa de Brooklyn con la corbata a juego. Y me fijaba en un sombrero despedido a cinco metros, con tres agujeros y el ala manchado de sangre, y con parte de la masa encefálica deprendida de una cabeza. La escena estaba aderezada por periodistas carroñeros en busca de una foto macabra que mostrar al mundo.

El panorama era estremecedor. «A más sangre, más pasión», pensaba. Mis ojos no se movían de las páginas, que pasaban volando sin darme cuenta. Allí estaba yo, en sueños, descerrajando tiros en todas direcciones en la Quinta Avenida como Poseidón en los mares, majestuoso e invencible. Fue gracias a esas lecturas que conseguí formarme y contrarrestar mi salida temprana de la escuela.

Apenas había acabado un día y ya empezaba otro con nuevos episodios que, con toda seguridad, serían mejores que los anteriores.

Mis aspiraciones seguían inquebrantables. Estaba preparado. O eso creía yo.

 

Photo: Drafthouse Films

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Respuestas

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  1. No pensaba poder seguir leyendo, creía que tendría que esperar a la publicación del libro. No defrauda el segundo capítulo, te abre el apetito más aún si cabe. Me parece un personaje muy interesante, tan contradictorio que necesito seguir conociéndolo.

    1. Estimado Juan Antonio,
      No depende de mí. La editorial Quaterni tiene unos estándares muy altos y quieren asegurarse que el libro no sea un fracaso. Normal en los tiempos que corren. Gracias por compartir la voz con tus muchos amigos que han llenado la página del capítulo 1 comentarios. Sé que estáis deseosos de que salga y que queréis comprarlo, pero necesitamos un poco de paciencia para hacer las cosas bien. Tu amigo Diego que tanto te quiere. Gracias.

  2. El plan de Akito no puede llevarse a cabo sin un grupo de colaboradores a su misma imagen y semejanza. No puede enfrentarse al Hampa sin ellos, y su plan malvado sigue en pie. Akito es un personaje complejo, pero ¿cuánto? Espero el siguiente capítulo, sí o sí.

  3. Después de leer este segundo capítulo, tengo aún más claro que es una historia interesante que puede dar mucho juego pero que para que brille como debe, necesita un trabajo de edición que seguro que Quaterni le otorga. Puede ser una pequeña joya está historia.

  4. Akito se esta dando cuenta de como va a ir su futura vida y tiene muchas ansias de comenzar. La frase:” El panorama era estremecedor. «A más sangre, más pasión»” es real para él y necesita ir ejecutando sus planes

  5. Desde el primer momento Akito es un personaje contradictorio. Es un malvado que adora a su hermana. En el fondo, muy en el fondo se atisba un ápice de bondad. En esta novela se visiona una especie de determinismo enfrentado al libre albedrío. ¿Será Akito capaz de manejar su vida? ¿O será la vida la que lo maneje a él? En dos capítulos el personaje ya te ha ganado. Se lee fácil. Lo narración de las clases sociales no me ha gustado.

  6. Cada vez está más interesante.
    Logra sumergirte en esa trama oscura y un poco inquietante.
    Tengo ganas de ver qué más le pasa a nuestro protagonista y de qué va a ser capaz por cumplir sus sueños…

    1. No depende de mí Elena. Lo vamos a intentar con todas las fuerzas, vamos a ver si la gente se anima a entrar y a comentar los capítulos que he subido a la web de Quaterni.

  7. Me sigue gustando como está escrito, como el autor describe las situaciones que le van pasando al protagonista. Y necesito saber cuál será el desenlace de ese comienzo delictivo.

  8. Interesante la forma de describir la manera que tiene de querer hacer las cosas cuando sea mayor.
    Me he quedado con ganas de saber que va a pasar con la historia.
    Quiero leer mas. Un puntazo.

  9. Un capítulo muy interesante sobre sus inicios en el mundo del crimen, y como forma ese grupo de lugarteniente.
    No escatima es descripciones y eso es de agradecer.
    Vuelvo a decir que la historia de Akito puede dar mucho de sí.

  10. Cada vez me parece más interesante la historia.
    Las descripciones son muy detalladas y hacen que quieras seguir leyendo para intentar averiguar cómo se mete en el mundo del crimen organizado.

  11. Menudo segundo capítulo! Capitulazo! Todo comienza a desarrollarse y encauzarse para que el protagonista termine completamente involucrado en todo este mundo de muerte y violencia. Ganas de seguir leyendo más. Espero Diego que pronto puedas publicar por completo la obra y que todos podamos disfrutarla.

  12. Buen capítulo, donde podemos ver los inicios desde muy joven de Akito, en una espiral de violencia y muerte.
    Desde luego viendo que desde tan pequeño está metido en ese mundillo nada bueno podía salir y normal que haya acabado de manera trágica. Con ganas de saber más

  13. Akito planea su batalla contra el mundo. Su odio lo impregna todo. Tan solo su hermano puede salvarlo de la catarsis. No lo sabemos, pero esto no va a acabar bien. Gracias por esta segunda entrega

  14. Akito planea su batalla contra el mundo. Su odio lo impregna todo. Tan solo su hermano puede salvarlo de la catarsis. No lo sabemos, pero esto no va a acabar bien. Gracias por esta segunda entrega

  15. No nos puedes dejar como novia de rancho tío
    Esperemos pronto se publiqué el libro para leerlo en la noche después de el trabajo que es cuando más interesante se pone

  16. A más sangre, más pasión!
    Necesito tener este libro entre mis manos!
    Cada vez se pone más interesante, necesito leerlo entero y no poquito a poco.. me está encantando!

  17. Interesante historia. Y mal augurio en lo que al destino de Akito se refiere. Habrá que seguir leyendo para ver cómo se desenvuelven este y su banda amparados por la animosidad y falsa valentía que les confiere el Sake.
    Con ganas de más….

  18. Cuando alguien te dice que está muerto ya de primeras, te ha vencido. Estás ganado para la causa del escritor. En esta segundo entrega, Akito busca un equipo de secuaces para llevar a cabo sus sueños. Yo quiero terminar esta historia, si o si.

  19. Acabo de terminar de leer el segundo capitulo y me parece interesante, pero no me ya llegado por las redes sociales el primero. Seria posible que me lo enviaran? Me gustaria saber como empieza Akito con la historia. Ahora ya se lo de la banda. Gracias.

  20. Este capítulo ha despertado aún más mi interés. Describe como se va desarrollando la personalidad del protagonista, y parece que vamos a estar ante un astuto y atractivo criminal que todavía se muestra vulnerable.. ya veremos más avanzada la novela…. Nos ha intrigado: queremos saber más!

  21. El segundo capítulo sigue dando ese nivel de enganche en el libro total… Es de esas narraciones que no puedes dejar de leer!

  22. Wow. Este capítulo, me apasionó totalmente, quiero seguir leyendo! Akito como personaje es interesante y complejo, y parace ser que el mundo donde el vive también lo es. Sinceramente quiero leer más, y esperare con paciencia hasta que el Señor Uribe saca mas capítulos. Muy bien :)).

  23. El muchacho promete, aunque no dice la edad me imagino será un adolescente. Empieza muy fuerte el capítulo, un protagonista frío y calculador, donde no se asusta con nada. Llegará a ser un gran ladrón y no tardará en empezar a matar. Lo poco que he leído me ha gustado.