Yamanote 3: Mi sábado ideal a pesar de Masayuki

JY03. AKIHABARA: MI SÁBADO IDEAL A PESAR DE MASAYUKI
Me llamo Hiroki. A la gente como yo suelen llamarnos hentai, cuyo significado original es “anormal”. No obstante, al aplicarlo a nosotros quieren decir “pervertidos”. Simplemente porque nuestros gustos y aficiones se relacionan con elementos sexuales. Y nos lo dicen personas que practican el sexo más que la mayoría de nosotros… Hasta ese punto llega su nivel de hipocresía. Al etiquetarnos con ese tipo de términos despectivos, pretenden borrar nuestras personalidades, metiéndonos a todos en el mismo saco como si fuéramos iguales. Yo, sin ir más lejos, soy muy diferente a muchos de los que se ven englobados por esos epítetos. Para empezar, no me avergüenzo de mis aficiones y no intento ocultar que disfruto de ellas. Al contrario, me siento conforme conmigo mismo e incluso presumo de que me gusten ese tipo de cosas. A otros les gusta el beisbol o el fútbol, ¡y eso lo consideran normal!
No tengo amigos. No los necesito. ¿Para qué? Yo solo me basto para divertirme. Tuve alguno durante mi época de estudiante, pero después de graduarme la amistad se acabó. Los amigos no son más que una molestia.
No tengo novia. No la necesito. ¿Para qué? Yo solo me basto para divertirme. Hubo algunas chicas que me gustaron durante mi época de estudiante, pero ni siquiera llegué a declararme. Una novia no sería más que una molestia.
No voy a engañar a nadie, pues solo con verme cualquiera se da cuenta de que no soy un hombre atractivo. Soy alto, eso sí, pero en los últimos años he engordado, supongo que de estar todo el tiempo delante del ordenador y alimentándome de comida rápida; normalmente compro algo en el konbini o pido a domicilio para no tener que salir de casa. No es que sea un gordo seboso, aún puedo subir y bajar escaleras o montar en bicicleta sin fatigarme, pero mi cuerpo está cada vez más fofo y mi papada más hinchada. Uso gafas de pasta de cristal grueso, que me hacen los ojos más pequeños aún de lo que los tengo. ¿Y qué? No necesito gustarle a nadie, no tengo que preocuparme por mi imagen. Voy a peluquerías de cortado rápido y compro la ropa en las tiendas más baratas. Además, no me complico con la variedad; me he acostumbrado a vestir siempre pantalones chinos, camisas lisas y jerséis de cuello vuelto. No preocuparme por lo que visto y por como se ve mi pelo me ahorra mucho tiempo para dedicar a mis aficiones.
Me gusta estar solo. Una vez que te acostumbras a la soledad no hay vuelta atrás, porque eliminas la preocupación por satisfacer a otra persona o el temor a decepcionarla. Eres libre. Si permanezco en contacto con el mismo individuo por más de, digamos, quince minutos, comienzo a sentirme intranquilo. Me resulta agotador tener que prestar atención a alguien durante tanto tiempo. Sí, quince minutos es mi límite para socializar. Por supuesto, hace ya mucho que he renunciado a cultivar cualquier relación amistosa o sentimental que implique dedicar mi tiempo a cuestiones que no pertenezcan exclusivamente a mi campo de interés, concretamente, el manga, el anime, los videojuegos y el coleccionismo de merchandising relacionado. Muchos dirán que mis gustos se mueven dentro de unos márgenes muy reducidos. Se sorprenderían al saber que me enfoco en géneros aún más específicos dentro de cada arte, y todos y cada uno de ellos, como he apuntado al principio, guardan relación con el sexo. Bueno, quizá no siempre con el sexo, sino más bien con el erotismo y la pornografía. Los estilos de manga y anime que más me atraen son los de género harén, ecchi o directamente hentai. Dentro del hentai, mi favorito es el doujinshi pornográfico, en el que autores amateur representan a personajes de mangas y animes populares en acciones y actitudes sexuales explícitas. Un clásico son los miles que se han hecho de Dragon Ball, en los que se pueden ver a Goku haciéndoselo con Bulma, a Piccolo con Chichi, o al maestro Mutenroy en una orgía con todas las chicas del manga, por poner solo unos cuantos ejemplos. Respecto a los videojuegos, los que más disfruto son los de citas; me gusta esa mezcla que consiguen entre romanticismo y sexo morboso, violento, ajeno a lo que se considera normal, caso del incesto u otras desviaciones. Me cansa estar obligado a explicar que no apoyo esas conductas en la vida real y que nunca las llevaría a cabo. Para empezar porque, como he dicho, no me interesa en absoluto tener relaciones sexuales con otra persona.
Mi vida cotidiana consiste en trabajar, comer, leer manga, ver anime, jugar a videojuegos, coleccionar figuras, masturbarme e ir a comprar manga, videojuegos, figuras y artilugios para masturbarme. Algunos la podrán considerar repetitiva y monótona, pero a mí me gusta así.
Trabajo de lunes a viernes como informático en una empresa de publicidad. Desde la pandemia el trabajo desde casa se ha hecho cada vez más habitual y ahora no necesito ir a la oficina casi nunca. A las seis termina mi jornada de trabajo y como mi oficina es mi salón, ni siquiera tengo que levantarme del sillón para cambiar de actividad; simplemente cierro los programas y aplicaciones de la empresa y me pongo a ver anime o a jugar a videojuegos en el mismo ordenador. A eso dedico el resto del día. Cuando me entra hambre, encargo una hamburguesa, una pizza o un kebab para cenar y me lo como sin dejar lo que estoy haciendo. Antes de acostarme, me masturbo. Uso alguno de mis juguetes sexuales mientras miro algo de hentai o fotos o videos de idols.
Solo salgo los sábados. Este día, suelo ir a Akihabara o a Nakano Broadway. Para que os hagáis una idea de uno de mis sábados habituales os contaré lo que hice el de la semana pasada.
En esa ocasión fui a Akihabara. El sábado es un día grande en Akiba. Cierran el tráfico de la calle principal y los peatones pueden pasear por ella y cruzar despreocupadamente desde las tiendas de una acera a las de la otra.
Lo primero que hago nada más salir de la estación es dirigirme hacia mi sex shop favorito. Nada más entrar, siempre bajo las escaleras hasta la planta sótano, hacia las máquinas expendedoras de bragas usadas. Las últimas que había comprado ya tenían su tiempo y habían perdido el olor. Como siempre termino haciendo, había decidido lavarlas y guardarlas en un cajón junto a las demás. Hay cuatro máquinas, cada una de ellas vendiendo un tipo distinto de bragas: las que han sido usadas durante dos días, las usadas durante los días del período, las usadas una sola vez y las llamadas loli panties o usadas por adolescentes. Cada una de ellas cuesta mil yenes. Me decidí por una de dos días y otra de lolita. Nunca compro las manchadas por la regla. No puedo entender que haya gente tan pervertida como para gustarle eso. A mí no me atraen ese tipo de perversiones, como tampoco el porno masoquista o con coprofagia. La sexta planta está llena de películas de ese estilo. Nunca subo hasta allí, pues veo las películas porno en webs y plataformas online.
Las braguitas se pagan directamente introduciendo el dinero en la máquina expendedora, así que no es necesario acudir al mostrador. Antes de meter los artículos en mi mochila, miré el frontal del paquete para conocer a la chica que había usado la prenda, cuyo rostro aparece emborronado para conservar el anonimato. En el reverso está escrita su información: edad, estatura, peso, etc. Excepto el nombre, allí aparece todo, incluso sus aficiones. Para que luego digan que los que compramos esos artículos solo pensamos en lo físico y no nos importan las demás características de una mujer. Al contrario, esos detalles aportan un importante elemento sentimental a la experiencia. Claro que siempre hay graciosos que se burlan de nosotros y hacen videos falsos supuestamente humorísticos con los que piensan que van a estropearnos la fantasía. Y en honor a la verdad, a veces casi lo consiguen. Aún me pasa de vez en cuando que, cuando estoy con las bragas pegadas a la nariz y a punto de llegar al clímax, me viene de pronto la imagen de aquel video de Instagram en el que salía un gordo sudoroso en un sótano poniéndose unas bragas tras otras mientras hacía ejercicio con el fin de impregnarlas con su sudor. Sé que eso es completamente falso, y que la verdad es que esas prendas provienen de mujeres reales.
Compradas las bragas, subí por la escalera hasta la planta de las tengas y demás artilugios masturbatorios. Comprobé si habían sacado alguna tenga nueva, pero solo había tres modelos especiales para el día de San Valentín, con los que la empresa se subía al carro de la costumbre de regalar chocolate, pues eran tengas elaboradas precisamente de distintas variedades de chocolate. Metí una en la cesta para comérmela al regresar a casa.
Dejé esa zona y me fui a la planta de las fundas de almohada estampadas con personajes de anime. Por supuesto tengo varias de mis personajes femeninos favoritos en diferentes posturas, pero ese día vi una a la que no pude resistirme. Se trataba de Kari-chan, la amiga de la protagonista de uno de los anime que estoy siguiendo. Siempre he preferido las secundarias a las protagonistas, especialmente si son tan monas como Kari-chan. El estampado la mostraba en lencería, tumbada boca arriba con un gesto de placer en el rostro. Para colmo, la tenían para almohadas bípedas, como yo llamo a las que se dividen en dos partes correspondientes a las piernas del estampado de la funda, de modo que el usuario pueda ubicarse en medio. Entre ellas está el agujero de la vagina, que dependiendo de la calidad del producto, puede estar más o menos conseguida. La mejor opción es sustituir la que trae por defecto por una vagina de silicona y espuma, que son más suaves, profundas y con un mejor acabado. Es lo que yo he hecho y lo que recomiendo. Con la funda ya metida en la cesta, lo próximo que hice fue ir a ver si había alguna de esas vaginas rebajadas, pues a veces las ponen incluso a mitad de precio. No está de más tener unas cuantas; como se suele decir, en la variación está el gusto. Conociendo todas estas facilidades, ¿quién querría lidiar con las desventajas de una mujer real si puede relacionarse con una chica de anime? Incluso puedes darte el lujo de serles infiel sin sufrir las consecuencias negativas habituales. Solo tienes que cambiar la funda de la almohada. Así de fácil. ¡No me extraña que haya quien se case con personajes de animación! Por supuesto, estoy bromeando. Pienso que esas personas deben de tener algo que no les funciona dentro de la cabeza. Yo sé distinguir entre la realidad y la ficción… y me quedo con la segunda, claro.
En la sección de las almohadas había un televisor que mostraba un video muy divertido de un otaku con cara de panoli probando varios de los artículos de la tienda, entre ellos las almohadas. Era un tipo gordito, con gafas de pasta y un pelado ridículo.
El resto de la tarde estuve visitando tiendas de figuras, por ejemplo las que están dentro del edificio Radio Kaikan y otras más desconocidas ubicadas en estrechos edificios que se estiran hacia arriba en muchas plantas diminutas. A veces se encuentran buenas ofertas en ese tipo de tiendas. Merece la pena tanto subir y bajar, sobre todo cuando las figuras que yo voy buscando – las de personajes femeninos desnudos en posturas sugerentes – son con diferencia las más caras de todas.
Como aún me quedaba tiempo antes de la última diversión del día, estuve deambulando relajadamente por las tiendas de componentes informáticos y parándome con algunas de las jóvenes que reparten folletos de los maids cafés. Se alinean a un lado de la acera llamando la atención con sus faldas cortas y botas altas, sus sexis cosplays o sus vestidos de princesita llenos de encajes. Son las únicas chicas con las que me gusta conversar. Ya he dicho que nunca se me dieron bien las mujeres convencionales, al principio porque me ponía tan nervioso que no me salían las palabras, y después por pura pereza. Con el tiempo, me rendí y desarrollé una total indiferencia hacia ellas. Excepto con las mujeres de mi mundo. Ellas saben lo que tienen que decir porque saben lo que yo quiero oír. Ellas me tratan con amabilidad, sin agobiarme con sus expectativas. Lo único que esperan de mi es dinero, y eso se lo puedo dar. Con las chicas de los maids cafés me siento tranquilo, no necesito esforzarme, pues son ellas las que tienen que conquistarme a mí.
Mis sábados siempre terminan en un maid café. Mi favorito es el Dreamaid, del que tengo la tarjeta de socio preferente, pues voy prácticamente desde que lo inauguraron. He probado otros, por eso de cambiar de aires, pero hasta la fecha no he encontrado uno mejor. Suelo entrar cuando empieza a anochecer y se encienden las farolas de las calles y los neones de los carteles de las tiendas
Nada más salir del ascensor que me lleva hasta el café, y ver la decoración de alegres colores, globos y corazones en las paredes, empiezo a sentir un agradable cosquilleo de familiaridad. Aquel lugar es como mi segunda casa. Allí trato con otros dos clientes habituales que son lo más cerca que tengo a un amigo. Nos encontramos por casualidad, no premeditadamente; resulta que ellos suelen ir los sábados y yo también. No es que tengamos grandes conversaciones ni nada por el estilo, simplemente intercambiamos unas palabras de vez en cuando si nuestras mesas están cerca, pues ni siquiera compartimos la misma. Intercambiamos pareceres sobre los últimos animes que hemos visto o videojuegos que hemos jugado. Cuando nos sentamos en mesas distantes nos limitamos a saludarnos discretamente.
Suspiré aliviado al comprobar que esa noche trabajaba Ai-chan, mi camarera favorita. Estaba encantadora con su uniforme de criada típico de la franquicia Dreamaid, un vestido corto de rayas rosas y blancas, con enaguas, un delantal blanco, cofia y medias rosas hasta las rodillas. Cuando me saludó de la forma típica, “¡Bienvenido a casa, esposo Hiroki!”, me hizo el hombre más feliz del mundo. Aunque lo haga porque es su trabajo, puedo ver claramente que, cuando se dirige a mí, hay brillo en sus ojos y verdad en su sonrisa.
Esa noche tuve suerte porque había una mesa libre justo frente al escenario donde las chicas actúan antes del cierre. Hasta entonces, cenaría y pagaría un extra para hacerme unas fotos con mi Ai-chan y con alguna otra maid. Me encanta ver como Ai-chan se pone celosa y me riñe medio en broma y medio en serio por serle “infiel”. En esos momentos yo le digo que ella es la más kawaii de todas y que es la número uno en mis pensamientos. La propia Ai-chan me trajo la carta – que me sé de memoria – y me informó de las novedades.
– ¿Quizá mi maridito Hiroki quiere probar alguno de los platos nuevos? Tenemos una nueva tortilla de arroz con forma de conejito – me informó colocándose las manos sobre la cabeza para imitar las orejas del animal.
Normalmente la tortilla se presentaba como una sábana arropando a un osito dormido. La novedad estribaba en que en lugar del osito ahora había un conejito. Lo pedí simplemente para variar, y como tenía bastante hambre, ordené también el curry del pequeño osito, con el arroz en forma de – ¿adivináis? – oso. Hay una oferta para las horas del show de la noche que consiste en barra libre de bebidas alcohólicas por un precio fijo, pero como no bebo alcohol, no me compensa, así que prefiero pagar por cada bebida. Esa noche empecé por un melón soda. Tras tomar nota, Ai-chan se agachó junto a mí, e imitando a un gatito con las manos, fingió que se las lamía y se acicalaba con ellas el cabello.
– ¡Miauchas gracias, esposo Hiroki!
Mientras esperaba mi comida, entró Masayuki, un cliente habitual al que no soporto. Siempre va dándose importancia, haciéndose fotos con todas las chicas y bromeando en voz excesivamente alta. Se nota que quiere llamar la atención. Debe de estar forrado, porque entre fotos, comida, bebida y juegos de piedra-papel-tijera con las maids, se deja una fortuna. Su apariencia también es particular, siempre viste traje y lleva la cabeza rapada como una bola de bolera. Seguro que se cree un tipo elegante, pero a mí me parece ridículo, porque además es bastante feo y está cada vez más gordo. Al pasar junto a mi mesa, me saludó, como si yo fuera su amigo. ¿Qué tengo yo en común con ese energúmeno? ¡No podemos ser más diferentes!
Llegó mi comida y, como siempre, Ai-chan puso una vela conforma de corazón sobre la mesa e hicimos a duo el movimiento de las manos en forma de corazón que explota, entonando el famoso “¡Moe moe kyun!”, ya pagando la vela de un soplido a continuación. Nunca me canso de hacer junto a Ai-chan esa sencilla coreografía. Antes de retirarse, Ai-chan dibujó con el ketchup un Totoro sobre de la tortilla.
Cuando estaba empezando a comerme el postre – un parfait de vainilla y chocolate con nata y galletas –, comenzó el show del final del día. El café se convierte en una sala de fiesta. Las luces se hacen más tenues y se encienden los focos de colores, como en una discoteca. Las maids se quitan la cofia y se ponen orejas de gata, y algunas hasta el rabo, y empiezan a bailar canciones de J-pop y de anime. Todos nos ponemos en pie y bailamos imitando con los brazos y las manos los movimientos coreográficos que hacen las chicas. Muchos clientes llevan bastones de luz fluorescente, que agitan sobre sus cabezas. Como es habitual en él, Masayuki tenía que dar la nota, destacar sobre los demás. Esa noche sacó dos potentes linternas de láser azul y verde, las cuales empezó a agitar como un poseso al son de la música. Los focos del escenario rebotaban en su reluciente calva, cada vez más cubierta de sudor debido al
esfuerzo dedicado a los exagerados movimientos que hacía con los brazos. Si conesa enfermiza performance quería llamar la atención, desde luego que lo estaba consiguiendo, pero no precisamente para bien.
Olvidándonos del idiota de Masayuki, el show de las maids es muy excitante, pues bailan sobre el escenario en parejas o en tríos las coreografías de las canciones, mientras las demás lo hacen repartidas por todo el local, entre las mesas de los clientes. En sus giros y vueltas, a las que están encima del escenario se les llegan a ver las braguitas, que son normalmente blancas o rosas. Lo que daría por una de esas. He oído que algunos clientes han pagado en secreto por que se las vendiesen – el payaso de Masayuki seguro que lo ha hecho –, pero yo aún no me he atrevido a intentarlo. No veo nada malo en ello, siempre y cuando
las chicas las quieran vender sin que nadie les fuerce a ello. Es la ley de la oferta
y la demanda, ¿no? De todas formas, no creo que mi Ai-chan se rebaje a vender
su ropa interior de esa manera, al menos no a cara descubierta. No digo que no lo
hiciera para una máquina expendedora…
En fin, después del baile llega la hora del cierre, por lo que todos nos tenemos que marchar. Pagamos en el mostrador y abandonamos aquella realidad paralela e ideal para regresar al aburrido y arduo mundo real.
– ¡Cuídate, esposo Hiroki! ¡Hasta pronto! – me dijo Ai-chan a modo de despedida tras acompañarme hasta la puerta.
Entré en el ascensor con la mala fortuna de coincidir con Masayuki. Me estremecí cuando me sonrió mientras se secaba el sudor de su bola de billar con una toallita de Sailor Moon.
El espectáculo del maid café acaba pasadas las doce, tarde para el último tren. Siempre regreso a casa en taxi. Tras darme una ducha, me dispuse a disfrutar de mis nuevas adquisiciones. Los sábados me acuesto muy tarde. Lo último que hice antes de dormir fue estrenar mi nueva funda de almohada. Era muy excitante moverme sobre Kari-chan o, cuando me cansé, atraerla hacia mí; aunque he de confesar que en el último momento, en lugar de mirar el dibujo estampado en la funda, cerré los ojos y pensé en Ai-chan. ¡Perdona por tener pensamientos sucios contigo, Ai-chan!
Y así es como discurren una semana y un sábado habitual en mi
vida. Tengo cuarenta y cinco años y esta es mi rutina desde los dieciocho. Estoy
feliz y satisfecho con mi vida y es la que pienso llevar hasta que me muera. No
tengo nada más que decir.
GLOSARIO DE TÉRMINOS JAPONESES
JY03. AKIHABARA: MI SÁBADO IDEAL A PESAR DE MASAYUKI
Konbini: Tienda de conveniencia. Transposición al idioma japonés del término inglés “convenience store”.
Ecchi: Lascibo, lujurioso, erótico, picante.
Doujinshi: Obras, normalmente de manga, autopublicadas.
Kawaii: Cosa o persona adorable, linda.
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