Los milagros de Namiya

Los milagros de Namiya

Autor: Keigo Higashino

 

Capítulo 1. La respuesta está en el cajón para la leche

1

Fue Shōta quien sugirió que fueran a la casa abandonada, explicando que había cerca una muy adecuada.

—¿Qué quieres decir con «adecuada»? —dijo Atsuya mirándole desde arriba. Su compañero era de baja estatura y todavía tenía cara de niño.

—Pues eso mismo. Es un buen lugar para esconderse. La encontré por casualidad cuando inspeccionaba la zona.

—Perdonadme, chicos —interrumpió Kōhei, encogiendo su enorme cuerpo. De mala gana, se quedó mirando el viejo Crown aparcado a su lado—. No me puedo creer que se haya quedado sin batería justo aquí.

Atsuya suspiró.

—Ya no importa.

—Pero ¿qué habrá pasado? Hasta ahora no nos ha dado problemas. Ni siquiera encendí los faros…

—Será su vida útil —respondió Shōta rápidamente—. Ya has visto que supera los cien mil kilómetros. Está prácticamente senil. Habrá llegado hasta aquí de milagro antes de estropearse del todo. Por eso os dije que, ya que lo íbamos a robar, hubiera sido mejor uno nuevo.

Kōhei se cruzó de brazos y gruñó.

—Todos los coches nuevos llevan sistema antirrobo.

—Da igual. —Atsuya agitó la mano—. Shōta, ¿está cerca esa casa abandonada?

El aludido se quedó pensando.

—Si andamos rápido, llegaremos en unos diez minutos.

—Bien, pues vamos. Tú primero.

—Vale, pero ¿qué hacemos con el coche? ¿Lo podemos dejar aquí?

Atsuya miró a su alrededor. Se encontraban en el aparcamiento de pago de una zona residencial. Había muchas plazas vacías, pero si dejaban el Crown en una que tenía dueño, sin duda llamaría a la policía.

—No creo, pero no podemos moverlo, así que no nos queda otra. No habéis tocado nada, ¿verdad? Si es así, no creo que puedan usarlo para seguirnos la pista.

—Dejémoslo a su suerte.

—Pues eso estoy diciendo.

—Bien, entonces seguidme.

Shōta comenzó a caminar y Atsuya fue detrás. La bolsa que llevaba en la mano derecha le pesaba. Kōhei los siguió.

—Oye, Atsuya, ¿y si utilizamos un taxi? Si avanzamos un poco más, llegaremos a una calle principal. Allí habrá alguno libre.

Atsuya aspiró aire con fuerza.

—Sin duda, la imagen de ver a tres hombres de aspecto sospechoso tomando un taxi a esta hora y en este lugar se quedará grabada en la memoria del conductor. Recordará nuestras caras y será el fin.

—No creo que se fije en nuestras caras.

—¿Y si lo hace, qué? No podemos arriesgarnos.

Kōhei caminó en silencio y se disculpó por lo bajo.

—No pasa nada. Calla y sigue andando.

Los tres caminaron por la zona residencial que se encontraba en un terreno elevado. Ya pasaban las dos de la mañana. Las casas alineadas tenían un diseño similar, pero apenas había ventanas iluminadas. Sin embargo, no podían bajar la guardia. Si hablaban demasiado alto y alguien los oía, existía el riesgo de que notificara a los agentes que había tres hombres sospechosos caminando por la noche. Atsuya quería que la policía pensara que los culpables habían huido de la escena del crimen en coche.

Para que esto ocurriera, la policía no debía encontrar inmediatamente el Crown robado.

El camino comenzó con una ligera pendiente, pero poco a poco su inclinación fue aumentando al tiempo que el número de casas disminuía.

—Oye, ¿cuánto queda?

Shōta contestó que faltaba poco, y un rato después se paró junto a un edificio. Era una casa particular no muy grande que estaba unida a una tienda. La parte de la vivienda era una construcción de madera de estilo japonés, y, en la fachada del establecimiento, de unos dos metros de ancho, los postigos estaban cerrados. En ellos no se veía nada más que una rendija para depositar el correo. Al lado había una pequeña caseta que parecía usarse de almacén o garaje.

Atsuya preguntó si ese era el lugar.

—Pues… —Shōta miró hacia la casa y ladeó la cabeza— debería estar cerca.

—¿Cómo que «debería»? ¿No es aquí?

—Sí, sí. Pero me da una sensación distinta a cuando vine antes. Parecía más nuevo.

—Viniste de día. ¿No será por eso?

—Puede ser.

Atsuya sacó una linterna de su mochila y apuntó hacia las persianas. En el cartel de arriba se leía con dificultad la palabra «almacenes». Justo después debía estar escrito el nombre de la tienda, pero era prácticamente ilegible.

—¿Almacenes? ¿En un lugar como este? ¿Pero hay alguien que venga aquí? —dijo Atsuya sin pensar.

—Por eso cerrarían —contestó Shōta.

—Claro. Bueno, ¿por dónde entramos?

—Por la puerta de atrás. La llave está rota.

Shōta señaló el camino, colándose por el espacio entre el edificio y el almacén. Los demás lo siguieron. El hueco era de aproximadamente un metro de ancho. Los tres avanzaron mientras observaban el cielo. Brillaba una enorme luna llena.

En la parte trasera había una puerta, en cuyo marco había adherida una pequeña caja de madera. Kōhei preguntó qué era.

—¿No lo sabes? Es el cajón para la leche. Donde ponen los cartones de reparto —respondió Atsuya.

—¿En serio? —Kōhei observó la caja con curiosidad.

Los hombres abrieron la puerta y entraron. Olía a polvo, pero no era desagradable. El espacio de la entrada era de unos dos tatamis, y se veía una lavadora oxidada que probablemente ya no funcionaba. En el lugar donde se dejaban los zapatos había únicamente un par de sandalias polvorientas. Pasando sobre ellas, subieron el escalón pisando el suelo con los zapatos embarrados.

La entrada daba directamente a la cocina. El suelo era de tablas, con el fregadero y la encimera al lado de la ventana. En el lateral había una nevera de dos puertas, y en el centro de la habitación, una mesa y algunas sillas.

Kōhei abrió el frigorífico.

—Aquí no hay nada —dijo aburrido.

—Obviamente —articuló Shōta—. Espera, ¿no me digas que si hubiera algo te lo comerías?

—Solo digo que está vacío.

La siguiente sala era una habitación de estilo japonés donde había una cómoda y un butsudan. En la esquina había almohadas apiladas. También se encontraron con un armario empotrado que no parecía poder abrirse. Pasando esa habitación, estaba la tienda. Atsuya la iluminó con la linterna y pudieron distinguir escasos artículos en las estanterías. Material de papelería, utensilios de cocina y productos de limpieza.

—Hay velas. Ya tenemos luz asegurada —dijo Shōta tras revolver unos cajones.

Encendieron un par y las colocaron en algunos puntos de la sala. La habitación se iluminó lo suficiente como para que Atsuya apagara la linterna.

—Solo tenemos que esperar hasta el amanecer —dijo Kōhei, sentándose en el suelo con las piernas cruzadas. Atsuya sacó su móvil y miró la hora. Pasaban las dos y media de la mañana.

—Pero mira lo que tenemos aquí. —Shōta sacó lo que parecía una revista del cajón inferior del altar. Era una publicación semanal.

—Déjame verla —Atsuya alargó el brazo.

Después de quitarle el polvo, observó la portada, donde se podía ver algún famoso de la televisión. En la foto sonreía una mujer joven que le era familiar. Tras quedarse mirándola un rato, se percató. Era la actriz que solía hacer el papel de madre en muchas series. Le dio la vuelta a la revista y se fijó en la fecha de publicación. Era de hacía unos cuarenta años. Los otros dos no ocultaron su sorpresa cuando lo mencionó.

—Increíble. ¿Qué pasaría aquí? —reflexionó Shōta.

Atsuya pasó las páginas. El formato era muy parecido al de las revistas actuales.

—¿«Caos en los supermercados al agotarse el papel higiénico y el detergente»…? Esto me suena.

—Ya sé —dijo Kōhei—. Fue la crisis del petróleo.

Atsuya echó un vistazo al índice y a las fotografías antes de cerrar la revista. No había ningún desnudo.

—Parece que hasta ese momento había gente viviendo aquí. —El hombre volvió a poner la revista en el cajón y miró a su alrededor—. Todavía quedan algunos artículos en la tienda, y hay una nevera y una lavadora. Me da la sensación de que se mudaron con prisas.

—Seguro que huyeron de las deudas —dijo Shōta con determinación—. No tenían clientes y se fueron endeudando. Así que una noche recogieron sus cosas y huyeron. Apostaría que fue más o menos así.

—Puede ser.

—Me muero de hambre —dijo Kōhei avergonzado—. ¿No habrá alguna tienda de conveniencia cerca?

—Aunque la hubiera, no te dejaría ir. —Atsuya le fulminó con la mirada—. Quédate quietecito hasta mañana. Intenta dormir.

Kōhei agachó la cabeza y se abrazó las rodillas.

—Es que no puedo dormir con hambre.

—Además, no podemos tumbarnos en estos tatami polvorientos —dijo Shōta—. ¿No hay algo que podamos extender encima?

—Espera un momento. —Atsuya se incorporó, agarró la linterna y fue a la parte de la tienda. Paseó por la sala mientras iluminaba los artículos, buscando algún tipo de lámina de plástico.

Encontró papel para shōji enrollado en un cilindro. Extender aquello serviría. Cuando estiró el brazo para agarrarlo, escuchó un ligero sonido detrás de él. Asustado, se dio la vuelta. Vio que un objeto blanco caía en la caja que había enganchada a las persianas. Tras apuntar con la linterna dentro de la caja, confirmó que se trataba de un sobre. Por un instante, se le heló la sangre. Lo habían metido por la rendija del correo. Pero era imposible que lo estuvieran repartiendo a esa hora. Alguien se había dado cuenta de que estaban en la casa y quería enviarles un mensaje.

Respiró hondo, levantó la tapa y miró por la rendija. Pensó que quizás estarían rodeados de coches patrulla, pero fuera solo había oscuridad absoluta. Ni rastro de nadie.

Aliviado, agarró el sobre. No parecía haber nada escrito, pero al darle la vuelta, se encontró con las palabras «Coneja Lunar», escritas en letra redonda.

Regresó a donde estaban los demás. Cuando les explicó lo ocurrido, a los otros dos se les pusieron los pelos de punta.

—¿Qué dices? A lo mejor estaba ya de antes —dijo Shōta.

—La han puesto ahora. Lo he visto con mis propios ojos. Además, fíjate en la carta. Es nueva, ¿verdad? Si fuera antigua, tendría polvo.

—¿Será la policía…? —Kōhei encogió su enorme cuerpo.

—Yo también lo pensé, pero creo que no. No darían tantos rodeos.

—Ni se llamarían a sí mismos «Coneja Lunar» —coincidió Shōta.

—Entonces, ¿quién? —Kōhei miró a su alrededor inquieto.

Atsuya se quedó mirando el objeto. El contenido pesaba. Si era una carta, era muy extensa. ¿Qué demonios estaría tratando de decir el remitente?

—No, no es eso —murmuró—. Esta carta no es para nosotros.

Los otros dos miraron a Atsuya a la vez y le preguntaron la razón.

—Pensadlo. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que hemos entrado? Si fuera una pequeña nota tendría sentido, pero para escribir una carta tan larga necesitas por lo menos media hora.

—Claro. Tienes razón —asintió Shōta—. Aunque tal vez lo que hay dentro no sea una carta.

—Puede ser. —Atsuya volvió a bajar la mirada hacia el sobre. Estaba bien sellado. Con resolución, lo agarró con ambas manos.

—¿Qué haces? —preguntó Shōta.

—Lo voy a abrir. Lo mejor será comprobar el contenido.

—¿Pero y si no es para nosotros? —dijo Kōhei—. ¿No tendremos problemas si la abrimos?

—No nos queda otra. No hay destinatario.

Atsuya rompió el sello. Metió sus dedos enfundados en el guante y sacó la carta de dentro. Cuando la abrió, vio densas letras escritas con tinta azul. En la primera línea se especificaba «primera consulta».

—¿Qué es esto? —murmuró Atsuya sin pensar.

Kōhei y Shōta echaron un vistazo desde los lados.

La carta era realmente peculiar.

Esta es mi primera consulta. Me llamo Coneja Lunar. Discúlpeme por no poder decir mi nombre real.

Hay un deporte que practico, cuyo nombre por desgracia tampoco puedo revelar. No pretendo ser presuntuosa, pero resulta que, gracias a mis logros, soy candidata a participar en las Olimpiadas del próximo año. Por lo que, si digo qué deporte es, será sencillo descubrir mi identidad. Además, este hecho es relevante para mi consulta. Le ruego que me crea.

Hay un hombre al que amo. Es quien mejor me entiende, mi compañero y seguidor. Desea con todas sus fuerzas que yo vaya a las Olimpiadas. Para ello, está dispuesto a hacer cualquier sacrificio y, de hecho, me ha ayudado innumerables veces, tanto en lo físico como en lo emocional. Su dedicación me ha motivado hasta ahora a esforzarme y aguantar duros entrenamientos. Siempre he pensado que participar en los Juegos Olímpicos era la única forma de devolverle el favor.

Sin embargo, ocurrió algo como sacado de una pesadilla. De repente, él cayó enfermo. Cuando escuché el nombre de la enfermedad, lo vi todo negro: cáncer.

El doctor me reveló exclusivamente a mí que había pocas posibilidades de curación y que le quedaban unos seis meses de vida. Sin embargo, es probable que él ya se haya dado cuenta de esto.

Enfermo, desde su lecho, me dice que no me preocupe por él y que me centre en la competición. Que este es mi gran momento. Es cierto que ahora mismo tengo muchas competiciones y viajes al extranjero planeados. Soy consciente de que debo esforzarme al máximo para que me elijan como representante.

Pero, la otra yo, aquella que no es competidora, desea estar con él. Quiere abandonar los entrenamientos, quedarse a su lado y cuidarle. De hecho, incluso le propuse abandonar los Juegos. Sin embargo, puso una cara tan triste que solo recordarla hace que se me salten las lágrimas. Me dijo que no pensara eso, que su mayor sueño era que yo participe, que por favor no le quite eso. Afirma que no morirá hasta que me vea en el estadio olímpico. Así que le he prometido que me voy a esforzar.

Él está ocultando su enfermedad real a la gente cercana. Queremos casarnos cuando acabe la competición, pero ninguno se lo hemos mencionado a nuestras familias.

Pasamos los días sin saber qué hacer. Aunque entrene, mis sentimientos no me permiten concentrarme y no logro obtener los resultados que deseo. Si sigo así, sería mejor dejar de competir inmediatamente, pero cuando recuerdo su expresión de tristeza no soy capaz de dar el paso.

En mi preocupación, por casualidad escuché hablar de la tienda Namiya y decidí escribir con la esperanza de que usted pueda darme algún consejo.

Dejo dentro un sobre de respuesta. Ayúdenos, por favor.

Coneja Lunar.

(…)

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