La senda secreta. Capítulo 3.

La senda secreta

Autor: Pablo Tobías

Capítulo 3

1652

El sol brillaba con tanta fuerza sobre el Nikkō Tōshō-gū como sombrío y desapacible se encontraba Tōdō Takatsugu, que observaba el ir y venir de sus hombres por el recinto con enorme disgusto. No era capaz de situar qué estaba mal, pero si algo había aprendido en sus veinte años como daimyō del Clan Tōdō era a vislumbrar el veneno escondido en según qué acciones, incluso en las que parecían más honorables. Esas eran, de hecho, las más peligrosas.

Aunque habían transcurrido meses desde que recibiera la orden, aún no entendía qué podía pretender el shōgun Tokugawa Ietsuna, apenas un niño de diez años, encargando a su clan la creación de un nuevo mausoleo en memoria de su pro- genitor, Tokugawa Iemitsu, como a su vez hiciera este con su abuelo Tokugawa Ieyasu. ¿Acaso un homenaje semejante podía servir para acallar los rumores de que Ietsuna no era en realidad hijo de su padre, conocido por sus preferencias hacia los hombres, o había detrás una maniobra política para tener a su gente ocupada? No le encontraba sentido, como aún menos se lo encontraba a que el Clan Date, en el Norte, hubiera recibido un encargo similar hacía cuestión de semanas, esta vez para erigir un santuario Tōshō-gū en Sendai también a la memoria de Tokugawa Ieyasu, unificador de Japón.

Molesto consigo mismo, Takatsugu desdeñó esos pensamientos, no solo por impropios de un hombre de su condición sino por estériles. Pasara lo que pasara, lo único que tenía por cierto es que ahí estaban, culminando las obras que habían comenzado un año atrás a costa de gran parte del erario del Clan Tōdō.

Inmerso como estaba en sus pensamientos, el daimyō no reparó en que se acercaban a él hasta que oyó la voz pegada a su espalda.

—Un trabajo sin duda impresionante, Tōdō-dono —escuchó casi como un murmullo.

Controlando su sobresalto, Takatsugu se giró tan rápido como pudo para encararse a su inesperado acompañante, presto a increparle por dirigirse a él de semejante forma. Sin embargo, cuando vio ante sí el taimado rostro de Sakai Tadakiyo, no tuvo más remedio que convertir su indignación en reverencia.

—Sakai-sama —se apresuró a replicar mientras se inclinaba—. Me honra usted con su presencia. ¿Qué puedo hacer por el shōgun?

—Bastante está haciendo ya, ¿no le parece?

El daimyō, empequeñecido ante alguien de tanto rango, no supo bien qué responder. Le parecía un comentario del todo inapropiado, y más viniendo de uno de los cinco regentes encargados de aconsejar al joven Ietsuna en sus decisiones hasta su genpuku y, de facto, poseedores de todo el poder hasta ese día, para el cual aún faltaban diez años.

Era evidente que sus sospechas de que el encargo estaba envenenado no andaban muy desencaminadas. ¿Qué hacía, si no, un miembro del rōjū como Sakai Tadakiyo supervisando las obras?

—Solo cumplo con el deber encomendado —aseveró finalmente en tono formal.

—Y de manera ejemplar, de eso no cabe duda. Su clan cuenta con los mejores maestros de obras de todo el país, no en vano su reconstrucción de las murallas del castillo de Chiyoda en Edo fue lo que garantizó al difunto shōgun Iemitsu la seguridad suficiente como para convertirlo en la residencia principal de la familia.

—Sus palabras son todo un honor para el Clan Tōdō, señoría —respondió Takatsugu pensando que quizá lo único tóxico eran sus sospechas y en realidad todo se debía a la propia calidad de su trabajo.

—Pero imagino que semejante honor le estará costando un enorme esfuerzo a sus arcas que no será sencillo de asumir, ¿me equivoco?

No. Ahí estaba. La serpiente por fin enseñaba los colmillos.

—Como le he dicho…

—Sí, sí, solo cumple con su deber, ya lo sé —interrumpió

Tadakiyo, poco amigo de andarse con rodeos y cada vez con menos paciencia—. Pero una cosa no tiene nada que ver con la otra, diría yo.

—Ningún gasto es demasiado alto para cumplir con la voluntad del shōgun, señoría —insistió el daimyō, protegiéndose de lo que fuera que estuviera ocurriendo detrás de la gruesa pared de la etiqueta.

Sakai Tadakiyo lo observó un instante en silencio y Tōdō Takatsugu se sintió juzgado como nunca en la vida. Una oleada de rabia contenida fue creciendo en él a medida que lo hacía el gesto de desprecio que el regente le dirigía.

—Muy bien. Si no quiere hablar de este asunto con el único consejero del shōgun que se ha tomado la molestia de venir desde Edo hasta aquí para conocer sus necesidades… —dijo Sakai mientras hacía ademán de alejarse hacia el lujoso palanquín que le aguardaba a la entrada del santuario.

Una miríada de emociones y dudas se agolparon de pronto en el pecho de Takatsugu. Estaba seguro de que su comportamiento había sido impecable y era consciente de que el regente ocultaba algo, pero, aun así, no podía evitar sentir temor al haber causado enojo a alguien con tanto poder. ¿Acaso hacer las cosas bien le podía costar más caro que dejarse llevar por las insinuaciones de quien, sin decoro alguno, quería hacerle hablar de un asunto tan poco elegante? ¿O tal vez había ofendido a alguien que se preocupaba de forma legítima por su bienes- tar? Vaciló. ¿Era peor dejarle marchar o contestar una simple pregunta? Pensó en sus jóvenes hijos. ¿Qué podría pasarles si callaba y qué si…?

—¡Señoría! —exclamó por fin yendo tras el regente, que guardó su ladina sonrisa antes de encararle de nuevo.

—¿Sí?

El daimyō midió cada una de sus palabras antes de que estas quedaran a merced de su interlocutor.

—Lamento si he sido desconsiderado con sus esfuerzos y su interés, pero entenderá que tratar de un tema semejante con alguien de su categoría no es tarea fácil.

—Al contrario… ¿Con quién se puede tener más seguridad que con aquel que habla en nombre de quien le ha encomendado la tarea? No hay apuro en que responda con total confianza a las preguntas que he venido a hacerle.

Fue entonces cuando Tōdō Takatsugu se dio cuenta de que se había equivocado de lleno con Sakai Tadakiyo: no estaba ante una serpiente, sino ante una araña, y acababa de caer de lleno en sus redes.

***

La calidad del sake era exquisita, pero Tōdō Takatsugu era incapaz de dar un sorbo del fino cuenco de cerámica de Seto que descansaba frente a él como un agujero de luz sobre la mesa lacada. No solo no quería perder ni un ápice de su capacidad de juicio, sino que su nudo en la garganta era tal que se sentía inca- paz de hacer pasar nada por ella.

—¿Acaso no le gusta? —preguntó con curiosidad Sakai Tadakiyo, que ya iba por su segunda botella en el poco tiempo que llevaba forzándole a responder a asuntos del clan que jamás hubiera comentado con nadie.

—Sí, claro. Es solo que… —Takatsugu se dio cuenta de que nada de lo que pudiera decir mejoraría la situación, al contrario, así que decidió ahogar la frase de un trago solo para servirse el siguiente de inmediato.

Quizá así, por lo menos, se sentiría menos mal.

Sonriente por el gesto, que también era otra victoria, Tadakiyo no tardó en retomar la conversación hacia donde le interesaba.

—Me estaba hablando de sus hijos, en el feudo de Tsu. El más joven, Yoshitada, y el mayor… ¿Takahisa?

—Así es —confirmó el daimyō temiendo el destino al que podía conducirle un comentario en apariencia tan casual.

—Yo debo soportar el castigo del cielo de no tener hijos varones, pero al menos tengo dos hijas hermosas. La primera de la misma edad que su primogénito, curiosamente…

No sabía si era porque el sake le había hecho imprudente o si directamente ya no tenía fachada que mantener, pero fue en ese momento cuando las intenciones del regente fueron claras para Takatsugu. ¿De verdad había ido hasta ahí para interesase por el estado del clan y después, en caso de que le satisficiera, pretendía lograr un compromiso de matrimonio?

Harto de juegos cortesanos y de ser el único en, al menos, pretender guardar la compostura, el líder del Clan Tōdō decidió poner de una vez fin a esa farsa y verbalizó sus sospechas sin atisbo de rubor.

—Me honra que proponga semejante enlace entre nuestros clanes —replicó Tadakiyo con un cinismo casi inmoral—. Si le parece bien, haremos los arreglos para tan magnífico acontecimiento de inmediato —rubricó—. Aunque habrá que esperar a que tengan la edad adecuada, por supuesto.

El consejero sonrió, complacido, y Takatsugu dio un trago más. ¿Cómo era posible que se viera obligado a comprometer a su hijo con una de las familias más poderosas del país sin pretenderlo ni quererlo siquiera? Y, sobre todo, ¿cómo un acontecimiento tan relevante, lejos de alegrarle o hacerle sentir honrado, le resultaba tan desagradable?

—¿Por qué ha elegido al Clan Tōdō? —preguntó queriendo llegar hasta las últimas consecuencias del enredo al que se estaba viendo arrastrado—. Usted puede casar a su hija con quien quiera y hay familias más poderosas que la mía que desearían semejante enlace sin necesidad de tanto entresijo —reconoció—. El Clan Date, sin ir más lejos, tiene también un heredero de la misma edad y no se quedan atrás como maestro de obras: están reconstruyendo el castillo de Aoba y cuando acaben comenzarán por orden del shōgun otro santuario Tōshō-gū en Sendai. ¿Por qué ellos no y nosotros sí? O incluso…

Pese al nivel de impudor alcanzado en la conversación, lo que Tōdō Takatsugu iba a preguntar era tan osado que no fue capaz de terminar la frase.

—Vamos, hable —insistió Tadakiyo, que parecía divertirse con el intercambio.

—O incluso podría prometerla con el propio shōgun y no habría gloria mayor para su familia —culminó el daimyō venciendo las últimas barreras de su recato.

Sakai Tadakiyo se removió en el cojín sobre el que se sen- taba, incómodo. Era evidente que había juzgado mal a su interlocutor y que, para conseguir lo que se proponía, quizá debía contarle más de lo que tenía previsto… aunque solo cuando no le quedara más remedio.

—Los miembros del rōjū no podemos emparentar con el shōgun. Sería una inmoralidad —mintió.

Takatsugu escrutó su gesto antes de replicar. Aunque parecía sincero, no debía olvidar que tenía frente a sí a una araña.

—Quiere garantizar su posición… —musitó como si des- cubriera el significado de sus propias palabras al tiempo de pronunciarlas.

El rostro de Tadakiyo se tensó, severo.

—Si contrae lazos con el shōgun solo tendrá poder mientras lo tenga el shōgun. Si es regente y a la vez es familia de un clan tozama, usted siempre conservará su posición incluso si vuelve a estallar una guerra.

—Veo que he acertado en acudir al Clan Tōdō —respondió Tadakiyo pareciendo reconocer toda la verdad.

—¿Hay riesgo de que estalle un nuevo conflicto entonces? —había una punzada de inquietud en la voz del daimyō.

—Eso nunca se sabe… Los rōnin que promovieron el alzamiento Keian y la revuelta de Sado fracasaron, y ya hace décadas de lo ocurrido en el castillo de Osaka, pero con un shōgun tan joven estoy seguro de que habrá también más de un tozama-daimyō conspirando en su contra.

—Joven o viejo, si el shōgun Ietsuna se entera de esta maniobra lo ejecutará por traidor —sentenció Takatsugu, intentando disuadirle de seguir adelante.

—Solo busco un clan ilustre con el que emparentar y garantizar un futuro a mi hija. ¿Qué hay de malo en ello? —argumentó Tadakiyo encogiéndose de hombros con evidente hipocresía—. De hecho, usted mismo debería cambiar su actitud y empezar a ver las cosas a mi manera. El matrimonio que puede salir de esta reunión también le beneficia ampliamente.

El argumento era muy cierto, pero la experiencia estaba siendo tan deshonrosa que Takatsugu la hubiera cambiado con gusto por que su primogénito se casara con una prostituta.

—Entiendo que esta conversación le disguste como samurai que es —siguió el regente sin darle un segundo de respiro—, pero piense en el bien de su clan, de su familia. No solo su hijo aumentará su prestigio de forma notable, sino que mientras se mantenga la paz tendrá voz y oídos en el consejo.

—Eso si el rōjū sigue teniendo autoridad después de que el shōgun llegue a su mayoría de edad —espetó Takatsugu, incapaz de mantener ya la compostura.

—Por favor… —replicó Tadakiyo con un deje de condescendencia—. ¿Acaso no es esta conversación una sólida prueba de que soy más que capaz de mantenerme junto el shōgun el tiempo que sea necesario?

El daimyō Tōdō Takatsugu estaba acorralado y sin argumentos y, lo que era peor, la propuesta que estaba recibiendo y que su instinto le empujaba a rechazar a toda costa le convenía más que ninguna otra que su familia hubiera recibido jamás. Valorando de nuevo lo que supondría decirle que no a alguien tan poderoso y pensando en lo mejor para el renombre de su clan, hizo de tripas corazón y, apretando los puños, aceptó la proposición por su familia y por su honor.

—Aún no me ha explicado por qué ha elegido al Clan Tōdō —dijo en un intento desesperado de terminar de digerir lo que estaba ocurriendo—. No somos los más ricos ni los más fuer- tes. Como usted mismo ha dicho, solo tenemos los mejores maestros de…

El daimyō calló de repente. Por fin veía la tela en la que estaba envuelto con total claridad.

—Nos quiere porque tenemos los planos del castillo de Edo y sabemos todo sobre sus murallas… —susurró mientras sentía que sus pulmones se quedaban sin aire—. Es usted quien planea iniciar una guerra contra el shōgun.

El regente otorgó con un gesto.

—Considérelo una medida de emergencia en caso de que las cosas no salgan como tengo previsto, nada más.

Takatsugu sintió su espíritu morir dentro de él.

—De todos modos, yo no planeo nada en contra del shōgun, mi querido futuro consuegro —sentenció Sakai Tadakiyo, daimyō del feudo de Kōzuke e ilustre miembro del rōjū, mientras se ponía en pie con una inquietante sonrisa—. En todo caso, lo planearíamos nosotros.

 

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